LA RAMONA
Camina acelerada.
4/26/20241 min read
Camina acelerada, sin su prudencia habitual, mira hacia adelante y no al suelo como acostumbra. Medio tropieza pero continua como si nada. Hoy va especialmente guapa, como si la hubiera advertido un presentimiento. Viste una blusa rosada que hace lucir su cabello blanco. No hace ni un año que dejó de teñirse. No ha dicho prácticamente nada, pero en su paso decidido y en el fondo de sus ojos veo una ilusión infantil y una nostalgia conmovedora. La Ramona Bautista, la que vivía en una casa, cerca de su choza, allí en el monte, en Arcos de la Frontera, está allí, en el interior del bar donde hemos tomado el café.
Mi madre ha preguntado al camarero sobre los dueños porque le habían dicho hacía unos años que eran del pueblo y el chico le ha dicho: sí, la abuela está dentro. Intuyo que el breve recorrido de un minuto de nuestra mesa a donde estaba Ramona ha sido para mi abuela un largo viaje por un túnel del tiempo, asaltado por una infinidad de recuerdos antiguos.
Desde fuera, el encuentro podría parecer banal, un recuento de muertos y vivos, pero podía sentir fuertemente en sus mirada y en un sutil temblor de sus manos una emoción radiante, la exaltación de reencontrar un mundo perdido, un universo que ya casi no tienen nadie con quien compartir, por un momento han sido a la vez abuelas y jóvenes, han vuelto al monte, a la crianza compartida, a un lugar y un tiempo que ya no existen.
He visto, quizás por primera vez, a la joven que se esconde tras el rostro de mi abuela.
“Anna, mucha’ gracia’, que me ha gustao mucho” dice con la voz quebrada cuando le leo estas palabras por teléfono. Aunque no la vea, sé que una lágrima quiere caer por su mejilla.
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